sábado, 10 de noviembre de 2007

Don Richard Bona


Sé que este post debería pertenecer al blog paralelo que tengo, pero... en este lugar no hay limites ni imposiciones invisibles, así que... voy a comentar sobre un gran músico Africano, el Señor Richard Bonna. Hay historias que siempre gusta contar. Algunas se utilizan simplemente para hacer dormir a los niños o para conquistar a las chicas. Otras son más modestas, pero no por ello menos apasionantes, sobre todo porque suelen ser reales. Hoy en día, el nombre de Richard Bona es conocido en el mundo entero, pero no era así en 1967, cuando vino al mundo en Camerún, concretamente en la aldea de Minta.Los africanos no magrebíes suelen atender todavía mucho al concepto tribal en la organización de las aldeas y mantienen vivas muchas de sus tradiciones ancestrales. Según éstas, Bona no era ni un espíritu dotado ni su nacimiento anunciaba nada anormal. Pero esas tradiciones también se equivocan y las profecías de los más ancianos no siempre se cumplen. Cuando era crío, a la edad de cinco años, el pequeño Richard acompañaba a sus cuatro hermanas y a su madre a la pequeña iglesia que ya se había instalado en la aldea. Allí cantaba y allí decidió cambiar las predicciones sobre su futuro: quiso ser un griot. Los griots siguen pululando por el Africa subsahariana viviendo de un modo nómada y ofreciendo sus canciones e historias por unas pocas monedas a quienes les quieren escuchar. Estas se depositan en la kora, el instrumento con el que se acompañan, por las ranuras que la calabaza que hace las veces de caja de resonancia tiene a los lados. No era (nunca ha sido en ninguna parte) una profesión que animara a sus padres aun cuando ya había precedentes familiares, pero…A los once años ya trabajaba como profesional ofreciendo conciertos con un pequeño grupo de amigos. No tenían instrumentos, así que… se los fabricaban. Con unos cables de frenos de una bicicleta y una lata de gasolina vacía hacían una guitarra. O algo que se le parecía. Bona demostró enseguida que, para eso, sí era un superdotado: veía tocar a alguien cualquier instrumento y, sólo mirando, era capaz de aprender a tocarlo. “No es ninguna habilidad especial, en serio. Es sólo fruto de la pobreza y de la necesidad. Tú imagínate que eres ciego: el primer día que entres en una habitación tropezarás con todo, el segundo ya sabrás dónde están los muebles y, en una semana, serás capaz de correr por ella sin tropezarte con nada. La falta de la vista hace que desarrolles otros sentidos. Con la música es igual. Si no dispones de métodos, de vídeos o de discos para aprender, lo único que puedes hacer es mirar, observar cada cosa y memorizarla en tu cabeza para tratar de repetirla cuando tengas un instrumento como ése entre las manos”, cuenta quitando importancia a la anécdota. Bona aparece en un hotel de Madrid después de un día agitado promocionando su nuevo disco, “Mumia: the tale”. El recordar cosas de su infancia le hace soltar una mueca de sonrisa de vez en cuando. Su pelo, perfectamente ordenado en pequeños tallos anudados, delata su origen, aunque él siempre se ha mostrado muy orgulloso de él. Sabe que hoy se le respeta mucho más que cuando apareció por el primer club nocturno que se abrió en Minta.Todavía era un adolescente y, como a toda la gente de su edad, aquel edificio puesto en marcha por unos inversores europeos le atraía como un imán. En la puerta, un cartel escrito a mano indicaba en la lengua natal (el douala, una de las doscientas que se pueden encontrar en Camerún) que se buscaban músicos para formar la orquesta que, por las noches, animaría el baile y pondría fondo sonoro a las consumiciones que los más pudientes pudieran realizar en el local. El ni lo pensó: se presentó y exhibió sus habilidades. Lo bueno de que le contrataran no fue únicamente asegurarse un sustento, ni siquiera que le proporcionaran una guitarra de verdad. Lo más fascinante era que el dueño del local permitió a Bona escuchar su colección de discos a fin de que preparara, con la orquesta, un repertorio de standards amplio y variado. Allí había más de quinientos discos y él los escuchó todos una y otra vez aun cuando sus compañeros ya tuvieran más que listo el programa de cada noche. Fue entonces cuando descubrió el jazz, aquella música que permitía improvisar según soplara el viento. Nunca lo olvida.
Llegaba a ensayar hasta doce horas diarias con los instrumentos más diversos, pero… un día tuvo una revelación. Escuchó a Word of Mouth, un grupo que funcionó entre el 80 y el 84 (no confundir con los mediocres raperos norteamericanos del mismo nombre) y cuyo bajista era Jaco Pastorius. “Cuando entré en el bajo fue a partir de él. Tenía una cualidad enorme: si le conocías en un disco tenías que escucharle en todo lo que había hecho. Todos los bajistas de aquella época eran estupendos porque todos se fijaban en Jaco y Jaco les llevaba por todas las posibilidades del bajo. Todos le conocían muy, muy a fondo”.Recientemente, para los curiosos, ha aparecido un álbum de homenaje a esa época de la obra de Jaco Pastorius. El disco, “Word of Mouth revisited”, está firmado por la Jaco Pastorius Big Band, que no es sino una reunión de algunos de los compañeros que el legendario bajista tuvo en sus días con la Peter Graves Orchestra. El CD, absolutamente magnífico, recupera material de la época supliendo la figura de Jaco con los mejores bajistas de la actualidad: Marcus Miller, Victor Bailey, Christian McBride, Gerald Veasley y, por supuesto, Richard Bona.

Los dejo con TIKI del Albúm TIKI (2005), con ese aire tribal que envuelve...(quisiera saber que dice la letra, ya la traduciré... =)


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